La juventud comenzará a escasear en un futuro cercano. Mientras el mundo espera alcanzar la mayor cantidad de población menor de 30 años en 2040, con alrededor de 4 mil millones (3.956.450.000), América Latina ya lo alcanzó en 2012 con 321 millones y decreció a 311 millones (311.835.000) en 2023.
Por su parte, Uruguay alcanzó su máximo alrededor de 1999 con 1.6 millones y según las últimas estimaciones se redujo a 1.45 millones en 2023.
Desde el punto de vista de la presión sobre los gobiernos para garantizar la realización de los derechos específicos de la juventud, es indudable que una menor cantidad de “demandantes” implicaría a priori una menor presión y, eventualmente, la liberación de recursos, que podrían destinarse para cubrir las necesidades específicas de otros grupos etarios de dimensiones crecientes. Ahora bien, la generación de recursos, sustentada en una cada vez menor cantidad de población en edad de trabajar, para la realización de los derechos de toda la población, impone un nuevo desafío en el horizonte cercano de la región y aún más temprano para el Uruguay.
Si se analiza la sustentabilidad de los recursos para el bienestar social, la inversión en juventud es una necesidad ineludible. Más allá de que los estados y gobiernos deban emplear sus recursos como parte de su responsabilidad para asegurar la realización de los derechos de los jóvenes, estas erogaciones buscan también maximizar la generación de recursos futuros, básicamente a partir de la mejora de las capacidades de quienes ingresarán a las edades activas. Esta inversión en los jóvenes redundará en mejores chances de empleabilidad y mayor productividad laboral.
Todos sabemos que la información es un factor clave para realizar una inversión. Si vamos a invertir en los jóvenes debemos maximizar el conocimiento de su realidad de modo de direccionar los recursos hacia los lugares en que estas puedan generar mayor impacto económico (productividad) y social (integración, inclusión y equidad).
¿Qué aporta este nuevo enfoque longitudinal (estudio de panel) a la mejora del conocimiento sobre la juventud? Básicamente permite dimensionar los impactos de los cambios sociales, culturales y tecnológicos (que son muchos) en el transcurrir de la vida una misma persona y con ello explicar mejor su evolución. Posibilita obtener información que vincula la situación desde un punto de partida, a una edad determinada, hasta el momento actual, con otra edad mayor, de ese mismo conjunto de personas (a diferencia de las encuestas tradicionales en las que la información que se estudia corresponde a diferentes personas).
Profundizar en la forma en que ocurren los eventos de transición de la juventud a la adultez y poder relacionarlos con las situaciones básicas de partida ofrece posibilidades hasta ahora no explotadas para la caracterización de la juventud. Estos estudios ya se han venido dando para población de menor edad a través de las Encuestas de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud (ENDIS). La concatenación de estos estudios permite realizar estudios de cohortes más extendidos que, sin duda, contribuirán a maximizar los rendimientos de las inversiones en su sentido más amplio, es decir, obteniendo jóvenes que puedan ver realizados sus derechos, que puedan elegir su destino y que contribuyan a asegurar el sustento del bienestar intergeneracional en la población uruguaya.
El puntapié inicial está dado y la pelota queda en la cancha de los tomadores de decisiones. El golazo sería asegurar los recursos para que estos estudios sigan avanzando.