Montevideo, 06/10/2022 (UNFPA Uruguay)— Melina se levanta a las 6.30 de la mañana para cocinar el menú que todos los días vende fuera de su casa. Trabaja hasta un poco antes del mediodía y se toma el bus para llevar el almuerzo a 30 trabajadores de una construcción que está a 40km de su hogar, en Los Bulevares, un barrio habitado por personas de bajos ingresos. Después de hacer el reparto de las viandas, Melina comienza la tarea que considera fundamental, aunque no remunerada, en la olla popular de su barrio. A diario, pela, corta, ralla, bate, hierve, asa y lava para su comunidad.
A partir del 28 de marzo de 2020, días después de que se declarara la emergencia sanitaria por la pandemia por COVID-19 en Uruguay, Melina se organizó junto con un grupo de vecinos para brindar comidas y meriendas a las personas de su comunidad que lo necesitan. En total llegan a 8.000 porciones por semana con los insumos que les otorgan los gobiernos nacional y local, los comercios de la zona y algunos empresarios.
“Con mi marido vimos que había mucha gente cercana que estaba pasando muy mal, nos juntamos con otros 20 vecinos y empezamos a organizarnos para dar una mano. De esos que comenzamos quedamos cinco, muchos se cansaron. También comenzaron a haber menos alimentos. Pero yo hasta que no sienta que ya no se necesita lo que hago, no voy a dejar”, sostiene esta vecina de los Bulevares, mientras mezcla en una palangana azul con una batidora los 40 litros de agua con la leche en polvo y el azúcar que va a servir a la hora de la merienda.
La comunidad
Pero Melina no es la única mujer de los barrios carenciados de Montevideo que se ha puesto al hombro ayudar en sus propios barrios a partir de las necesidades alimenticias en sus vecindarios: de las más de 500 ollas populares que surgieron de forma espontánea durante la pandemia en Montevideo y área metropolitana, el 70 por ciento está liderado por mujeres.
En este escenario, la Oficina de Uruguay del Fondo de Población de las Naciones Unidas implementó el proyecto “Barrios saludables y libres de violencia”, cuyo objetivo es apoyar a esos movimientos de mujeres de base y brindarles herramientas que les permitan convertirse en redes fuertes, que no solo apunten a las demandas alimenticias de sus comunidades, sino que también puedan ser referentes en temas que les preocupan de sus comunidades, como la violencia de género o derechos sexuales y reproductivos.
“Entendimos que para UNFPA era una responsabilidad moral apoyar a estas mujeres y salir de nuestra zona de confort de nuestro mandato directo”, explica Fernando Filgueria, Jefe de Oficina de UNFPA en Uruguay. Tras el proyecto inicial, que fue sumando etapas y fondos, se creó una sinergia que, una vez que la pandemia por COVID-19 terminó, se pudo continuar “ya no en la forma de apoyo de la seguridad alimentaria, sino apostando a que estas redes de mujeres se conviertan las líderes de sus comunidades, que puedan ir más allá de lo que hicieron las ollas. Como las propias mujeres de las ollas nos han dicho, que han descubierto un vecindario detrás del vecindario”, agrega.
Tras la implementación de la iniciativa, se han organizado diversos talleres y actividades con mujeres referentes de 50 ollas populares, quienes reparten comida a cerca de 100.000 personas de los barrios carenciados de Montevideo. Los encuentros entre estas mujeres han generado el intercambio y reconocimiento mutuo acerca del trabajo que realizan a su alrededor. Son instancias para compartir y reflexionar sobre sus realidades y preocupaciones, que van desde la falta de insumos para cocinar y el aumento de comensales, hasta el consumo problemático de drogas cada vez más extendido entre los jóvenes de sus barrios, la violencia de género y embarazo adolescente. Ellas perciben que a partir de la organización espontanea para responder a una necesidad en sus barrios, los vecinos las reconocen como referentes.
Melina se da cuenta de que hay temas en los que pueden intervenir cuando las personas se acercan a la olla: “Nosotras intentamos hacer lo que podemos, nos preguntan y nos piden cosas y vemos en qué ayudar. Nos piden ropa, nos piden consejos o llegan con temas que resolver. Por ejemplo, acá viene una joven que está embarazada, ya le pedimos que vaya a hacerse una ecografía, no sabemos si el bebé está bien, le decimos que se cuide, que puede agarrarse cualquier infección”, relata y aclara: “Es una chica que tiene muchos problemas, fue abusada por su padre”.
Salomé escucha atenta lo que cuenta Melina y asiente con la cabeza. Salomé y Melina se hicieron amigas en la olla. Hace meses que se reparten las tareas y cuando pueden, participan en las actividades del proyecto “Barrios saludables y libres de violencia”.
La violencia de género es uno de los problemas que se ven con frecuencia, informa Salomé, quien confiesa que la vivió en carne propia cuando su padre solía enfurecer dando golpes y gritos: “Tengo muchas experiencias de vida, con lo vivido cambié y a mis hijos les enseño otra cosa. Con mi marido tenemos una vida muy distinta. Quiero que aprendan a ser generosos y solidarios sin pedir nada a cambio”.
Estas dos mujeres quieren que la olla deje de ser una necesidad de alimentación y se transforme en un espacio de capacitación de la comunidad, en el que haya un sentimiento de colectivo. Salomé siente que pertenece a este grupo y concluye: “Me gustaría que permanezca la unión de la gente que está acá, que no se diluya”.
Puedes ver el video sobre el proyecto Solidaria más abajo