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Rocío Rosero, feminista y parte de la ONG AC Democracia de Ecuador, ha acompañado desde su gestación y en diferentes lugares (investigación, sociedad civil y gobierno) los avances en el Programa de Acción de la CIPD desde su gestación. Fue Directora Ejecutiva del Consejo Nacional de las Mujeres del Ecuador, y estuvo en Montevideo en la reunión regional de ICPD más allá del 2014.

¿Cómo has visto este proceso?
Lo más importante es que todas las conquistas en la escena regional nos han dado un marco de referencia muy importante de derechos humanos. Sin embargo, creo que hay una cooptación del discurso con fines propios y se han vaciado algunos contenidos. El conjunto de derechos ya no se perciben en el imaginario de la gente, y hay un sector que ni siquiera quiere hablar de derechos. Un desafío es cómo reposicionar la agenda de derechos por la igualdad de las mujeres. Y aquí el Cairo es esencial pues tiene que ver con la autonomía, con la libertad de acción y con el ejercicio de derechos humanos. El otro desafío es cómo desde la sociedad civil feminista estamos en capacidad de desarrollar mecanismos de vigilancia ciudadana para el cumplimiento de políticas públicas. Vemos con preocupación que hay planes de igualdad que no siempre se cumplen (en algunos países incluso se han eliminado), hay un doble discurso, mientras se dice la defensa de los excluidos y la igualdad, en la práctica se han desinstitucionalizado los mecanismos para la igualdad de género en muchos países. Todo lo que se luchó durante los últimos treinta años, se ha perdido en parte. El cuento de la transversalidad no garantiza y son necesarias las instituciones, los presupuestos para garantizar los derechos.

¿Se cumplieron las promesas de la CIPD?
Creo que hay promesas incumplidas. El panorama es desalentador, pero esto no quiere decir que vamos a tener una actitud negativa y que nos vamos a quedar de brazos cruzados. Eso de ningún modo. Algunas de las cosas que no hicimos, no las hicimos bien, o las faltamos de hacer, tenemos la oportunidad de hacerlas mejor ahora. El compromiso de los jóvenes, los afrodescendientes, la diversidad de movimientos está asumiendo este riesgo con mucha claridad y mucho entusiasmo con la incorporación de nuevas generaciones, y así se están recreando nuevas formas de incidencia.

¿Cómo hacer parte a los jóvenes?
Quienes hemos estado en todos estos procesos tenemos una gran responsabilidad. Es parte fundamental de este proceso darle continuidad generacional, darle una proyección permanente, darle una validez a esa lucha histórica. Y mostrar así que no fue algo momentáneo, sino que son aspectos esenciales para la realización de las vidas de las personas, de las vidas de las mujeres y de las niñas, de los jóvenes y de las jóvenes... En Montevideo hemos podido compartir con representantes de jóvenes este proceso. Por ejemplo, en Ecuador, estoy coordinando una red de jóvenes contra el machismo, los cascos rosas, cuyo enfoque de acción es que contar con información sobre la trata, la explotación sexual y la prostitución no basta, sino que hay que ser capaces de entender como el ejercicio del poder en la familia, en la escuela, en el consumo acaba haciendo de los cuerpos de las mujeres objeto de consumo. Existe la posibilidad de deconstruir. Que los chicos puedan leer la prensa y la televisión con una mirada crítica que no corresponda a la mirada tradicional es capital, por ejemplo.

¿Cuál es tu mensaje a este proceso más allá de 2014?
La agenda está vigente, más que nunca. Precisamente porque los gobiernos, los Estados, los medios de comunicación, la sociedad, no lo han asumido todavía. Porque esto implica un cambio cultural profundo y este cambio cultural profundo que tiene que darse de forma concotimante desde diferentes lugares (políticas públicas, cambios personales, desarrollos instituticionales…). Y la consecución de la igualdad de oportunidades de las mujeres y los hombres es una tarea de largo aliento.

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